Casa de la cascada, Frank Lloyd Wright
La arquitectura es una de las profesiones más antiguas de la humanidad. Tradicionalmente, considerada como una de las siete bellas artes, su fin último ha sido la creación de espacioos destinados al habitat humano, facilitando el desarrollo de las actividades cotidianas y la vida humana.
Panteón de Agripa, Roma.
Durante años ha habido cientos de definiciones sobre la profesión del arquitecto. Desde las definiciones más clásicas dónde se establece una relación directa entre arte-arquitectura y las más modernas dónde se le da más valor a la utilidad, entre otras cosas, porque los estilos de vida han cambiado.
Pero para la gente la definición de arquitecto es mas simple. La gente reconoce dos tipos: aquellos arquitectos famosos que hacen obras megalómanas y raras que pocos entienden; y los arquitectos menos conocidos, que sólo sirven como mero trámite para no tener problemas con el ayuntamiento o alguna administración de turno.
Arquitectura es dar una respuesta apropiada y una interpretación artística adecuada a los problemas que se nos presentan en cada proyecto en particular. Requiere del equilibrio esencial que debe existir entre el arte y el bien común, entre la arquitectura y los principios morales y filosóficos que deben mover y conmover al hombre.
Sin embargo me encuentro con tres tipos de clientes:
- el que se presenta, obligado por la administración, pidiendo unos “planitos, dibujitos o calculitos” (como si usando el diminutivo fuera menos importante y pudiera negociar los honorarios) que del resto “ya se encarga él”. El que siempre cree que nuestros honorarios son caros, pero cuando va a un fisio, al dentista o al taller mecánico, paga el precio sin negociar y sin rechistar,
- el que contrata al arquitecto porque entiende que somos profesionales de la construcción y damos unas garantias de seguridad, tanto en la habitabilidad o el diseño como durante el proceso de la obra,
- y el que quiere un proyecto integral “sin jaleos ni historias” y pretende que sea digno de publicar en alguna revista de arquitectura o diseño.
Aunque el segundo y el último serian el cliente ideal, es más habitual el primero. Pero invertir en un arquitecto no tiene por qué ser caro y es tan útil como invertir en un fontanero o un médico, no sólo por cuestiones de seguridad legal o técnica (que no nos multen o no se nos caiga la casa) si no para no tener “sorpresas” desagradables durante la obra (“me dejan tirado los albañiles” o “vaya chapuza con la pasta que ha costado”).
Pocos piensan que el arquitecto presta un servicio claro y tiene unos conocimientos específicos tan útiles a la sociedad como los de los fisio o los médico y que, por lo tanto, pagar por sus servicios no es pagar una tasa sino un servicio prestado que sólo ese profesional puede ofrecernos, es decir, un arquitecto no es un gasto, una inversión. Todos conocemos a los que llamaron directamente a un albañil, un fontanero o un carpintero para ampliar, reformar o reparar su vivienda y como le resultó “el ahorro” del Arquitecto. Lo barato sale caro.
“Si crees que es caro contratar a un profesional para que haga el trabajo, espera a contratar a un aficionado”
Paul Neal “Red” Adair.
Imágenes: Pinterest
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